Idania Bacallao y la pasión delirante es el prólogo de Kelly Martínez para el libro Estoy loca por ti. Ana de mis amores, de la escritora cubana Idania Bacallao Iturria.
«Quien ama, está más enfermo que quien no ama», nos dice Platón a través de Sócrates, en el primer discurso del Fedro. El amor es una hybris, una trasgresión del límite impuesto por los dioses, una desmesura. Habla, por supuesto, del amor erótico. En el segundo discurso –que pronuncia ya a punto de irse y tras recibir súbitamente la señal de un daimon que le advierte que debe purificarse de su ofensa a Eros– agrega que es, también, «una de las cuatro maneras en que los dioses se manifiestan». El amor deja de ser un desbordamiento y se convierte en manía: una posesión divina. A través de la contemplación de la belleza (el otro, el amado) y el entusiasmo amoroso, somos capaces, por unos instantes, de acceder a lo sagrado y a la verdad.
Este es, sin duda, un libro maníaco, poseso, su título lo anuncia. Contado siempre desde un yo que percibe el mundo desde su íntima estructura —y no desde su coherencia narrativa— , nos acerca a la realidad como absurdo o a la existencia de una realidad dentro de esta que conocemos. Como en Las Olas, de Virginia Woolf, los personajes de Estoy loca por tí, Ana de mis amores no nos hablan desde lo que ven o viven, sino desde lo que piensan y sienten. También desde lo que recuerdan, con esa maña caprichosa que tenemos de reconstruir memorias y convertirlas en ficciones. De allí no solo que el hilo narrativo de cada relato sea inconexo, en mayor o menor medida, como inconexos son nuestros pensamientos y emociones, sino que, además, asistamos a una dimensión poco usual de lo humano y lo amoroso: un tejido donde principio y fin no están claros, donde nada es lineal, sino una propuesta accidentada y multidireccional.
En la escritura de Idania Bacallao parece no haber filtros. Deseo, rabia, enamoramiento, admiración, contemplación, distancia, cuerpo, sexo, se nos muestran crudos, en estado puro, acabados de nacer. Su voz es una voz cercana a lo animal, a su belleza y a sus excrecencias. Cercanos al delirio como forma de (in)comprensión, cada cuento es un universo cerrado en sí mismo donde lo erótico tiene algo de acto místico, una comunicación con un saber suspendido fuera de la lógica y lo demostrable. Incluso el lenguaje de la literatura erótica contemporánea, que tiende a ubicarse generalmente en dos extremos —lo crudo y lo directo o lo barroco y metafórico— cobra aquí una nueva dimensión, pues se instala en el ámbito de la imagen surrealista; esa que llevó a Salvador Dalí a convertir cuerpos en muebles, en paisajes, en figuras imposibles.
Uno dice erótico y piensa inmediatamente en el encuentro amoroso entre dos cuerpos. Sin embargo, lo erótico se contiene, también, en infinitas capas de la vida. Más allá de lo sexual –una puntada que va hilvanando la totalidad del libro– lo erótico se manifiesta en todas las aproximaciones sensuales que hacemos al mundo. Literalmente, en toda aproximación que hacemos a través de los sentidos. Qué nos atrae de la realidad circundante, qué sentimos por ella, a qué nos acercamos con devoción, son preguntas que ofrecen un espectro tan amplio de respuestas como humanos para contestarlas. Hay también una patología de lo erótico y no me refiero a las parafilias. Pathos, no lo olvidemos, es el origen de la palabra pasión. Desde allí, es posible hablar, por ejemplo, de una eroticidad de lo mortuorio que nada tiene que ver con la necrofilia, sino con la muerte como hecho estético. Todo lo que nos apasiona y, por tanto, nos hace sufrir (pasión y sufrimiento son una dupla inseparable) entra al abundante y diverso reino de lo erótico y no hablo tampoco de una concepción masoquista del erotismo. Nuestra época olvida la importancia del sufrimiento como fuente de revelaciones, su inevitabilidad. Lo contrario al pathos es la indiferencia. Nada que realmente nos guste nos deja indiferentes. Uno padece, también, la belleza (ya sabemos, lo dijo Rilke, que es «aquel grado de lo terrible que podemos soportar»).
Este es, entonces, un libro erótico, en toda la amplitud de la palabra, en todos los sustratos. Hay pluralidad de la pasión, hay transformación de eso en literatura. Idania Bacallao no le huye a la serpiente, le roba descaradamente la manzana. Sabe que, en su pulpa, se contienen semillas y gusanos; que el conocimiento no es nunca un camino inocuo.
He dicho antes que este es un libro maníaco. Sí, sin duda hay mucho de delirante en él. Una atmósfera fragmentada, onírica, que acerca la voz de Idania Bacallao a la de los textos de Leonora Carrington o a pintoras como Remedios Varo y Leonor Fini. Pero, en lo literario, lo delirante y la locura tienen siempre el tamiz de la palabra, que es un acto de contención, un acto racional. La hoja de papel que absorbe la mancha de tinta. Se mueven aquí lo descarnado y la mesura, lo caprichoso y lo sobrio. Los textos que componen este libro son los hijos de una experiencia límite, como lo es toda experiencia creadora. La autora se adentra en lo desconocido y mantiene, atado a su pie, el hilo finísimo de la escritura, que le permite volver. Cada cuento es la prueba de un riesgo, la frontera de lo creativo es siempre peligrosa. Una vez que pasamos la puerta, la voz de la otredad habla y, enajenados, escuchamos. Escribir es una forma de balbucear, pero palabra dibuja un contorno, da forma a sonidos e imágenes imprecisas y los vuelvo precisión y canto.
Los cuentos de este libro son trazos, dibujos que no terminaron de completarse, pedazos de un cuerpo, orden invertido. Los códigos formales de la narrativa se desdibujan también y se escapan al terreno de lo poético. Con ello, Idania Bacallao abre una ventana hacia la completitud de lo humano, hacia su vulnerabilidad y fortaleza. Nos acerca esa rareza de existir y la convierte en cuerpo palpable. Y es, también, un libro donde la comprensión de lo femenino pasa por todos sus bemoles: la candidez y lo terrible, la doncella y la bruja, pasando por la madre, la sabia y la puta. Hay una polifonía de voces que nos recuerdan que la feminidad no puede ser pensada ni construida desde un solo espacio. No lo puede ser ningún género, en realidad, pero aquí lo masculino es un lugar de enunciación fragmentado y secundario. Incluso en los pocos cuentos protagonizados por hombres, esa masculinidad está atravesada por el ojo y la presencia femenina. Loca por ti, Ana de mis amores es un reino de mujeres: sus temores, su sexualidad (en este caso generalmente lésbica), sus tristezas, sus alegrías más íntimas, aparecen en estas páginas. Los personajes no se introducen, se presentan ante nosotros como si los conociéramos desde siempre y, aunque sus cuerpos se desnuden, la carne psíquica que los componen se viste, se va llenando de capas. Personajes complejos, salidos de órbita, enloquecidos y enloquecedores. Mujeres fatales, mujeres niñas, mujeres bestias, mujeres flores, mujeres luna, ventanas, asesinas, curanderas, magas, terrestres, acuáticas, místicas, esponjas, abejas, caramelo.
Y es, por último, un libro irreverente, en su forma y contenido. Un libro que socava el orden religioso y patriarcal, pero también el literario. Irreverente no porque proteste, no hay nada de panfletario en estas páginas. La subversión de Idania Bacallao no es evidente. Con fineza y a veces un maravilloso y negrísimo sentido del humor, va sembrando, aquí y allá, su pequeño y mágico caos: una filigrana tejida con espinas. En sus cuentos, como en los cuadros de El Bosco, se mezclan las criaturas más surreales, los más improbables escenarios. Hay plasticidad y asombro. Posesos, entusiastas, leemos y rozamos –por un segundo–, otra verdad, una pasión delirante. Somos nosotros quienes terminamos, sin duda, locos por ella.
Kelly Martínez. Miami, 2017